La pasión va motorizada. La pasión lleva KERS. La pasión montó neumáticos el curso pasado por última vez, como quien calza sus zapatos sabiendo que para ellos será la última noche. Vienen zapatos nuevos que habrá que amoldar a los pies. Mientras tanto la pasión descansa, sonríe, y anhela el final de mes. Odia haber tenido que atrasar el comienzo, odia que siga el telón bajado, los rugidos silenciados.
Difícilmente el olvido podrá arrebatarnos de la memoria la temporada 2010. Permanecerá para siempre junto a los amantes de la goma quemada, que contaremos algún día a los nietos que lo vimos, lo seguimos, y lo amamos. O quizás también de ellos tengamos que defendernos, estando siempre nuestro deporte en el punto de mira, a veces justificado por el forofismo recibido de otras disciplinas, más fanáticas pero más insanas.
Siendo siempre comparado con las dos ruedas, como si no te pudieran gustar los macarrones y también los spaghetti. Bajo la sospecha de un incomprensible aburrimiento, negando incluso el carácter y definición de deporte. Como si los ídolos no se la jugaran, como si no hicieran esfuerzo, como si de ellos no dependiera gran parte de los resultados. Olvidan el factor humano, tal vez yo no lo sepa y los coches estén hechos por ciencia infusa, no por hombres.
En el fondo siento que ellos no entiendan la pasión. Siento que no palpiten deprisa, según el semáforo se va poniendo en verde. Siento que no sientan el corazón en un puño cuando el héroe intenta adelantar, o defenderse. Me entristece que no puedan gozar de una victoria, de un podio, de un punto siquiera. Siento que no les entre cosquilleo al ver cómo los números amarillos se tornan: primero verdes, después morados. Una pena que ellos no se levanten cuando los suyos dejan su destino en manos de los mecánicos, un lamento que ellos no ansíen y a la vez no quieran que llegue nunca la bandera a cuadros. Ellos no tienen esa suerte, ellos no conocen la pasión.
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